El Puerto de oro de Colombia: entre el olvido y la memoria


Les comparto un articulo que encontré en la pagina del periódico el tiempo es una excelente Lectura..

El Puerto de oro de Colombia: entre el olvido y la memoria

Por Carlos Gutierrez Cuevas el 21 de Junio 2012 6:11 AM
Algunos parajes salvados del vendaval industrializador que entró al país por Puerto Colombia, demuestran la idea del paraíso en caminos fragantes y en playas ocultasentre la espuma marina y los manglares del Caribe. Arriba, sobre el dosel de las copas de cocoteros, guayacanes y ceibas; las aves que bordan el cielo impelen a los enamorados a cumplir la tarea de los besos.
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     Entrada a la modernidad
A pocos kilómetros de esos gratos lugares, en el casco municipal de Puerto Colombia se observan los efectos de la indolencia y la mediocridad de una dirigencia empeñada en imponer sus obscuros designios en contra del interés nacional.

Con una historia activa de apenas medio siglo entre 1893, cuando fue inaugurado, y 1943, cuando el gobierno nacional lo clausuró, la que fuera la principal entrada de la modernidad al país, vacila entre el orgullo perdido y el olvido.

En junio de 1893 la convicción del cubano Francisco Javier Cisneros se vio premiada con la entrada en servicio del muelle marítimo con una línea de ferrocarril de720 metros de longitud: el segundo más extenso del mundo en su época.

Cisneros -quien había probado suerte en la construcción de desafiantes ferrocarriles en Antioquia y en empresas de navegación fluvial por el Magdalena-, impulsó la construcción del puerto en una bahía de aguas profundas y tranquilas resguardada su espalda por el cerro Cupino y su costado por Isla Verde.

El florecimiento del que mereció llamarse Puerto de Oro de Colombia sufrió un primer embate cuando se impuso el proyecto de Bocas de Ceniza que, si bien traía ventajas por su ubicación en pleno casco urbano y su doble condición de terminal fluvial y marítimo, sedimenta los despojos que el río Magdalena recoge en su trayecto.
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A espaldas de esa verdad, un grupo de dirigentes barranquilleros se empeño en impulsar la construcción de Bocas de Ceniza que finalmente se logró en 1936: ahí empezó la agonía de Puerto Colombia hasta cuando, en 1943, un absurdo decreto del gobierno nacional prohibió el uso del puerto levantado por Cisneros.

Este ingeniero cubano consideraba claves los puertos y la navegación para lograr el progreso y afirmar la soberanía nacional e invirtió cuantiosos recursos propios en las proyectos que adelantaba.

Cisneros murió en Nueva York 5 años después de la inauguración del puerto al que nombró y del que merecería ser designado ciudadano de no ser por la vergüenza de su obra devastada por la torpeza y la desidia.

Puerta privilegiada de inmigrantes

No se sabe por qué López Pumarejo decidió, en su segunda administración, prohibir las operaciones en el terminal marítimo de Puerto Colombia.

Hasta ese momento, el muelle estaba en perfecto funcionamiento y su actualización técnica, en 1923, lo ubicó como el tercer puerto más grande del mundo detrás de South End y Southport. El freno natural de Isla Verde protegía el extenso muelle de vientos fuertes, filtraba cualquier posible sedimentación proveniente de la desembocadura del Magdalena y mantenía intactas las playas y las aguas de la extensa bahía.

Su amplio terminal de atraque recibía, sin necesidad de remolcadores, grandes trasatlánticos en una bahía de 40-45 pies de profundidad y la carga llegaba por tren a Barranquilla en pocas horas.

En el municipio pululaban cientos de inmigrantes que ahí mismo pedían (y a veces obtenían de una vez), la carta de nacionalidad: Puerto Colombia fue la entrada demiles de inmigrantes de muy diversas procedencias cuya presencia fue determinante para el impulso al comercio y la industria modernas entre fines del siglo 19 y las primeras décadas del 20 no sólo en el litoral Caribe, sino en el resto del país e inclusive Venezuela, Perú y Bolivia donde se asentaron inmigrantes ingresados por allí.

Hay quienes aseguran que los intereses de López Pumarejo y sus familiares, miembros de la élite barranquillera, dieron impulso al proyecto Bocas de Ceniza en su primer gobierno por lo que, con la intención de consolidar dichos intereses, expidió la insólita prohibición en su segundo mandato:

"A partir de 1924... ante el afán de los barranquilleros por convertir a su ciudad en puerto marítimo y fluvial, se retoman las dragas de Bocas de Ceniza, obra que, tal como lo había previsto el ingeniero Cisneros, se traduce en una tragedia para las costas y las bahías cercanas: como consecuencia de los dragados desparecen las franjas de tierra que hacían de las bahías de Puerto Salgar y Puerto Colombia excelentes fondeaderos naturales protegidos de los vientos y las olas de altamar, al tiempo que la costa se ve invadida de sedimento alejándose cada vez más del mar".

Más allá de la desolación

Como resultado del desplazamiento forzado por la prohibición de utilizar su muelle, Puerto Colombia quedó relegado a la condición de balneario con un escueta galeríapara transeúntes que van a ninguna parte.

Para completar la desolación, Isla Verde se hundió, agrietados sus frágiles suelos por perforaciones en busca de petróleo. Esa catástrofe no sólo despojó a la bahía de su barrera natural de protección sino que, además, los residuos del derrumbe siguen erosionando las columnas sobre las que se levantó el antes imponente terminal.

La caída a pedazos del muelle lastima los sentimientos de la gente de Puerto Colombia. Algunos proponen convertir esas heridas en realizaciones concretas. Más allá, piensan, de la improbable recuperación de la infraestructura material del muelle, es indispensable crear conciencia acerca de su importancia en la formación de la identidad nacional y reconocer la impronta de los inmigrantes que por allí entraron a la vida del país.

Quizás con la edificación de hoteles y lujosos sitios de recreo Puerto Colombia gané la oportunidad de desarrollo que piensan los promotores del estilo turístico. Ojalá, esperan los habitantes, así no acaben los preciosos parajes que aún subsisten convertidos en pasarelas de frívola vanidad.

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